Releyendo un artículo sobre el centenario de la Gran Vía de Madrid, me ha dado por pensar qué recuerdos tengo yo de esta calle. Tengo que reconocer que lo único positivo es La Casa del Libro.Por lo demás, mis experiencias no han sido muy buenas y me parece curioso venir a descubrirlo justo ahora.
Recuerdo un intento de quitarme la cartera hurgando en mi bolso. Unos aficionadillos, nada profesionales...digo yo que por eso me daría cuenta, pues no lo consiguieron.
En otra ocasión la recorrí con nerviosismo, intentando encontrar una calle paralela donde tenía una cita con alguien que, por fin, podía darme un trabajo. En verdad buscaban una persona con mi formación, pero yo carecía de la experiencia necesaria en ese campo concreto. Salí decepcionada, pero contenta por haber sido sincera.
La Gran Vía y yo también fuimos juntas testigos del final de una relación. Después de ver una peli de Woody Allen, mi amiga me contaba en la mesa de un café como se diluía su matrimonio. Mientras, su marido y el mío hablaban a nuestro lado de otros asuntos, ajenos a estas dolorosas confesiones.
Concluiría que la Gran Vía me ha dejado un sabor bastante amargo; pero el recuerdo de una conversación con un conocido, taxista jubilado, me reconcilia con este lugar . Evocaba sus viejos tiempos y me confesaba, por lo bajini, su gran afición a los perfumes de mujer. No solo conocía marcas y nombres de pila, sino que era capaz de discriminar sus olores. Sus preferencias eran claras: intensos y sofisticados, pero siempre elegantes.
Un día recogió a una señora en el Barrio de Salamanca, con aspecto muy distinguido y desprendiendo un olor a perfume muy tentador. La llevó a la Gran Vía, donde pasaba temporadas en un lujoso hotel (voy a omitir más detalles para que no pueda ser identificada). Él se atrevió a comentarle su secreta afición, lo bien que olía a Chanel nº5 y cómo esos pequeños detalles contribuían a hacerle el trabajo más llevadero. Incluso su osadía le llevó a confesarle lo maravilloso que sería llevar de compañero ese aroma durante todo el día. La señora inmediatamente abrió su bolso y sacó un pequeño perfumador. Con gesto amable se lo regaló al taxista, le pagó, se apeó del coche y desapareció en el vestíbulo del hotel.
Aquel día entre humo y ruidos se sintió en el paraíso...
Pero pronto despertó de su sueño cuando en casa, comentándolo con su mujer, se llevó la mayor bronca de su vida...
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